jueves, 13 de marzo de 2008

Despues de Media Noche


Once campanadas resuenan en el ambiente provenientes de la añeja catedral de San Cristóbal, y por inercia miras tu reloj para cerciorarte que efectivamente han caído la hora decima primera.
Caminas sin rumbo fijo, aun no sabes que hacer en esta gastada noche del martes, tranquila, sin muchedumbre, sin nada nuevo, donde el tiempo pierde importancia. Deambulas por las viejas calles pedregosas llenas de incontables quimeras de esta ciudad tan antigua como la historia misma.
Recorres las tabernas, bares y cafés, y aunque no hay demasiada gente, el ambiente te sigue siendo indiferente, disfrutas de tu soledad, reprimes tus deseos suicidas, respiras profundamente, prestas atención a los detalles de los arcaicos edificios que conforman esta ciudad, mezcla del pasado y el presente.
La noche oculta de ti, las estrellas del firmamento con nubes espesas, el ambiente se torna casi gélida y no hay mucho que hacer –así piensas, esta noche; la cafeína que has ingerido te mantiene despierto, por lo que prefieres continuar tu vía crucis, el humo de tu cigarro se confunde con la fría calígine creando una mezcla homogénea, limpias tu garganta del sabor a nicotina que inyecta vertiginosamente la calma que necesitas para poder soportar el ya padecido pesar de una vida errante, vacía y sin descanso.
Llegas sin darte cuenta hasta este decrépito y decadente depósito de llantos, lamentos y egoístas deseos, la Iglesia de Santo Domingo, exhalas como con deseo de que fuese el último aliento que dejas escapar y así dejarte caer rendido frente a el; pero porqué ahí, precisamente ahí, el lugar al que jamás pisaran por dentro tus pies, llenos de lodo, mentiras, desasosiego, vacio y deseos de muerte. Sabes a ciencia cierta que no tienes cabida en el cielo, es más, no crees ni siquiera en esto, has violado los diez mandamientos, pisoteado los siete pecados capitales, eres un hereje, un enemigo de religión alguna, ni Virgilio ni Beatriz, ni Caronte ni Miguel el arcángel, ni Dios ni Luzbel sabrán de ti.
Alma maldita entre los malditos, treinta y cinco inviernos has cargado tras de ti, treinta y cinco de rencor y vacio en tu corazón.
Fastidiado no sabes que hacer esta noche, escindirás tus venas, te rajaras la madre como un animal salvaje con algún desconocido, para después amanecer otra vez en el hospital o tras las rejas, ya estas cansado de esa rutina.
Te diriges hacia el lugar más oscuro del lugar, prefieres esperar ahí entre sombras, observar como un vampiro; hediondo, sediento, buscando, qué buscas, aun no sabes ni eso siquiera, que te depara esta noche, serás cazador o presa.
No pasa mucho tiempo y te das cuenta que ya no estas sólo, tienes compañía, aunque esta no se ha percatado de tu presencia, por lo que deseas emprender el juego de observar, ser un voyeur.
Es joven, veintitrés cuanto mucho, el largo de su oscuro y brillante cabello se deja caer por debajo de su bien formada cintura, el escote de su vestido negro deja ver sus blancos pechos, sus piernas largas hace de ella una hermosa criatura y te enfocas en ese vientre, firme, virginal, ideal para gozar; la examinas una y otra vez, pétreo, estático como gárgola que guarda la entrada de algún mausoleo o lugar sacro.
Ella examina el lugar con detenimiento, a la vez que enciende un cigarrillo, camina como si esperase a alguien, pero lo cierto es que no espera, disfruta. Observa las sombras, las esquinas y por un momento su vista se detiene en el lugar donde permaneces oculto, tu lugar secreto. No te mueves ni respiras, pasa por tu mente que han descubierto tu diabólico juego; lo cierto es que para su mirada pasas desapercibido y así dándote tiempo para tomar aliento, lo haces lentamente pues no quieres ser descubierto, aún.
Ella se siente sola entre árboles, viejas bancas, arbustos y el convento. La observas y detectas en su mirada una señal de ansiedad, ella busca un lugar donde postrarse y escoge un espacio a unos metros de ti, se sienta lentamente, agudiza sus sentidos, estudia por última vez el lugar y se une con esa mórbida noche.
Sube uno de sus pies y levanta parte de su vestido, dejando ver esos hermosos muslos, tersos y deliciosos, su mano derecha comienza a acariciar esa pierna, se apoya con la otra mano hacia atrás y deja caer el peso de su cuerpo, con las piernas entreabiertas se despoja de esa prenda única que cubre su sexo, dejando caer lujuria en el ambiente, inundando todo el lugar de erótica perversión.
Por tu parte, no das crédito a lo que tus incrédulos ojos observan, se deja querer por la noche, por el viento, por la soledad. El invierno deviene en la antesala del infierno, no hay mas que un infernal calor, la lascivia recorre ambos cuerpos, separados por la luz y la penumbra, deseas despojarte delas tinieblas, dejar de ser sombra y apoderarte de ella.
Ella inmersa en ese frenesí de libido, sin dejar de atacar su sexo, húmedo y delirante; juega y rompe el silencio con su gemido, criatura sin Dios, cuyo jugo invade en un sin cesar a tu desvariada desesperación, no para, no descansa, y parece que no existe algo que pueda hacerla detener.
No soportar tortura tan cruel y te despojas sin pensar de las sombras que cubren tu inmundo cuerpo, la ves, ella no se inmuta ante tal arrebato tuyo, permanece sumergida en el hipnótico y embriagante juego carnal, maligno, perverso. La observas con detalle, miras uno de sus senos al aire, sus ojos penetran a lo mas profundo de tus infames pensamientos y los pisotea, sus mejillas en rojo carmesí, el tiempo juega su partida, se acorta la noche. Ella desea algo que tú deseas y ansias. La tomas, ella te despoja de tu mísera vestimenta.
La noche grita, los árboles se estremecen, la neblina se alborota. Doce campanadas retumban por la intrínseca noche, por la deshabitada ciudad, la niebla cubre todo el lugar. Ella jadea una vez más y te toma con desesperación, te posee y tú lo permites, te viola, lacera tu piel, atrapa tu alma, la condena y frente al convento ambos se revuelcan como animales salvajes, te muerde el cuello, tomas sus pechos y acaricias su fría piel, recorres su cuerpo y se funden en un arrebato de lujuria total, el lugar arde y no hay nada mas que fuego, dos cuerpos arrebatándose la vida, al fin el momento esperado por ella, te posee con gran habilidad, sientes el olor a jazmín en su cuerpo y mezcla de tabaco y vino amargo en su aliento.
El pecado ha sido consumado en un delirante grito, mueren en el mismo instante, un apagón, alarmas encendidas, perros ladrando, el viento arrebatando furioso y después, la calma, el silencio, la luz y dos extraños mirándose taciturnos, fríos sin destino. Ella se recupera, se pierde entre la niebla, desaparece entre la noche y el sabor de su piel te desagarra por dentro como un doloroso veneno, las venas te arden y roe tu jadeante cuerpo nauseabundo, crees desfallecer, morir, te sientas, tomas aliento, te recuperas, ves a tu rededor.
Una vez más eres presa del juego del destino, un perro, una marioneta, condenado a reír eternamente sin sentido, a beber de tu podrida sangre. Te sumerges en tu maloliente camastro y te domina el cansancio.
El sol lastima tus desgastados ojos, desconcertado te levantas, no entiendes, incrédulo no aceptas lo que sucedió, un sueño, te repites una y otra vez, regresas al mismo lugar de la noche pasada, observas a la gente pasar y una vez mas te hundes en la profundidad, bajas la mirada y una prenda tirada te advierte que el diablo rondó la otra noche…
Jamás te recuperaras.
fin.

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